Feast Days with Bishop Skip | St. Philip & St. James
Some of the apostles are named in pairs on their day of commemoration. Simon and Jude are an example along with today’s candidates, Philip and James. Presumably this is because there is not enough information about them to warrant a day all to oneself. We trust they take no offense, especially when one notices that Peter is named on more than one day. I also assume the manner in which one is remembered on the ecclesiastical calendar does not cause arguments in Paradise at the same level of who will sit at Jesus’ right and on his left; although I think overhearing any apostolic banter on the subject might be fun. You know, being human and all.
We do have an occasion in the fourteenth chapter of John’s Gospel appointed for this Feast where we get a glimpse of one of the exchanges between Philip and Jesus. There are other poignant moments recorded between the two. Interestingly, each one of these conversations triggers an important moment of teaching by our Lord. This one occurs at the Last Supper as Jesus prepares the disciples for his leaving by revealing the essence of his relationship with the Father. Philip says to Jesus, “Lord, show us the Father and we shall be satisfied.” Jesus responds with some measure of apparent incredulity, “You have been with me all this time, Philip, and you still do not know me?”
When singing in a choir in high school, there was a day when our director had us lean back into the chest of one another in our section to feel the resonance of our voice vibrating through the other. It really was amazing as we not only experienced the voice of the other blending with and supporting our own, we also began to breathe together in a way where we became one voice. That exercise transformed a group of singers with a well-intentioned commonality of purpose, good in itself, into a magical expression of a single breathing organism. As a choir we were never the same.
Jesus’ relationship with God is one of unity of being. The life of prayer is one where we are invited by the Spirit of Christ to lean into him and know ourselves the possibility of a unitive experience. When this miracle occurs, by grace, our voices become one. We begin to breathe as God breathes and when we lift our hearts to the Lord, we discover our hearts beginning to realize a syncopation with the very heart of God in God’s hope for all creation.
Jesus was telling Philip that to know him was to know God and God’s heart-desire for the world. It is a world where because of Jesus’ death and resurrection we are called to do the work that Jesus did and “…in fact, will do greater works.” May we never limit, in word or action, the reach of his embrace.
Algunos de los apóstoles son nombrados de dos en dos en su día de conmemoración. Simón y Judas son un ejemplo junto con los candidatos de hoy, Felipe y Santiago. Es de suponer que esto se debe a que no hay suficiente información sobre ellos como para justificar un día para uno mismo. Confiamos en que no se sienten ofendidos, sobre todo cuando uno se da cuenta de que se nombra a Pedro en más de un día. También asumo que la forma en que uno es recordado en el calendario eclesiástico no provoca discusiones en el Paraíso al mismo nivel de quién se sentará a la derecha y a la izquierda de Jesús; aunque creo que escuchar alguna broma apostólica sobre el tema podría ser divertido. Ya se sabe, el ser humano y todo lo que ello conlleva.
En el capítulo catorce del Evangelio de Juan, dedicado a esta fiesta, tenemos una ocasión para ver uno de los intercambios entre Felipe y Jesús. Hay otros momentos conmovedores grabados entre los dos. Curiosamente, cada una de estas conversaciones desencadena un importante momento de enseñanza de nuestro Señor. Esta se da en la Última Cena, cuando Jesús prepara a los discípulos para su partida revelando la esencia de su relación con el Padre. Felipe le dice a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y quedaremos satisfechos”. Jesús responde con cierta medida de aparente incredulidad: “¿Has estado conmigo todo este tiempo, Felipe, y todavía no me conoces?”.
Cuando cantaba en un coro en el instituto, hubo un día en el que nuestro director nos hizo apoyarnos en el pecho del otro en nuestra sección para sentir la resonancia de nuestra voz vibrando a través del otro. Fue realmente asombroso, ya que no sólo experimentamos que la voz del otro se mezclaba con la nuestra y la apoyaba, sino que también empezamos a respirar juntos de forma que nos convertimos en una sola voz. Ese ejercicio transformó a un grupo de cantantes con un propósito común bien intencionado, bueno en sí mismo, en una expresión mágica de un único organismo que respira. Como coro nunca fuimos iguales.
La relación de Jesús con Dios es una relación de unidad del ser. La vida de oración es una vida en la que el Espíritu de Cristo nos invita a apoyarnos en él y a conocer la posibilidad de una experiencia unitiva. Cuando este milagro ocurre, por gracia, nuestras voces se convierten en una sola. Comenzamos a respirar como Dios respira y cuando elevamos nuestros corazones al Señor, descubrimos que nuestros corazones comienzan a realizar una síncopa con el mismo corazón de Dios en la esperanza de Dios para toda la creación.
Jesús le decía a Felipe que conocerlo a él era conocer a Dios y el deseo del corazón de Dios para el mundo. Es un mundo en el que, debido a la muerte y resurrección de Jesús, estamos llamados a hacer la obra que Jesús hizo y “…de hecho, haremos obras mayores”. Que nunca limitemos, con palabras o acciones, el alcance de su abrazo.