Feast Days with Bishop Skip – St. Joseph
During his time with the Dioceses of Eastern and Western Michigan, Bishop Skip will offer some brief teaching on each of the major feast days. Today’s post recognizes the Feast Day of St. Joseph, March 19th, 2021.
Some years ago a dear friend gave me an icon of St. Joseph and the Christ Child. We were at the time young fathers. I remember that when I first looked at it I stopped breathing for a second. I had many times seen icons of the Blessed Mother and the Infant Jesus. This was different. To see the Child Jesus with his cheek pressed close to that of his earthly father’s spoke of an intimacy of father and child that reached into my soul. I could not take my eyes off of that gossamer border demarcating two faces touching, portraying the love of a son leaning into the warmth of his father. I wondered what the icon writer was praying when crafting such a window to gaze upon God.
Praying through that icon from time to time has been very rich. Sometimes I am Joseph, the father. I cannot help but ponder the responsibility he obediently embraced to be a model of faithfulness to the boy Jesus. The story of the twelve-year-old Jesus in the temple begins with the words, “Now every year his parents went to Jerusalem for the festival of the Passover.” Every year. This, then, was the twelfth time since Jesus was born and in that regularity we discover a faithful Jewish family that must have formed Jesus’ heart and soul. One wonders when he entered Jerusalem for the last time on this earth if Jesus recalled those times as a boy. I think of my own sons, one born on this very day of the year, and yes my daughter too, and regularly pray that they may know the gift of God’s embrace deep within. I treasure every moment of past and present when my cheek touched theirs and does again even through the electrons of a text message.
Sometimes I am the child in the icon. I give thanks for my formation in Christian faith by my own father and these days find that I, when praying for the repose of the soul of both of my parents, give thanks for all with which they gifted me. I will never forget a moment as a boy, and I do believe I was twelve years old, when I was watching a television program concerning nuclear annihilation. As I remember it the statement was made in the show that all that might survive would be colonies of ants with their complex social structures, or perhaps just cockroaches which were especially impervious to radiation. I went outside to find my father planting a tree and told him of my fear and concern. He looked at me a moment and said, “I understand why that would bother you, but what I want you to remember is that God came to us as a human being, not an insect.” I found strength there. I walked away comforted and I know now my cheek and his were pressed close.
The punch line of the account in Luke of the boy Jesus in the temple and his parent’s frantic searching for him is when he says his first recorded words, “Did you not know that I must be in my Father’s house?” Jesus’ growing maturity is shown here as he claims his own identity. He even recognizes that his relationship with God supersedes all relationships, including that of family. This is a hard teaching. I dare to pray, “God, may my children, the ones for whom I would search to the end of the earth, love you more than they love me.” Yet I also pray, “God, may they in my love, find your love.”
Hace algunos años un querido amigo me dio una imagen de San José y del Niño Cristo. En ese momento éramos padres jóvenes. Recuerdo que cuando lo miré por primera vez dejé de respirar por un segundo. Había visto muchas veces imágenes de la Santísima Madre y del Niño Jesús. Esto era diferente. Ver al Niño Jesús con la mejilla pegada a la de su padre terrenal me hablaba de una intimidad de padre e hijo que me llegaba al alma. No podía apartar los ojos de esa frontera de gasa que delimitaba dos rostros que se tocaban, retratando el amor de un hijo que se apoya en el calor de su padre. Me he preguntado qué rezaba el autor de la imagen al confeccionar semejante ventana para contemplar a Dios.
Rezar a través de ese icono de vez en cuando ha sido muy enriquecedor. A veces soy José, el padre. No puedo dejar de reflexionar sobre la responsabilidad que él aceptó obedientemente de ser un modelo de fidelidad al niño Jesús. La historia de Jesús de doce años en el templo comienza con las palabras: “Todos los años sus padres iban a Jerusalén para la fiesta de la Pascua”. Cada año. Esta, pues, era la duodécima vez que nacía Jesús y en esa regularidad descubrimos una familia judía fiel que debió formar el corazón y el alma de Jesús. Uno se pregunta, cuando entró en Jerusalén por última vez en esta tierra, si Jesús recordó aquellos tiempos de niño. Pienso en mis propios hijos, uno de ellos nacido en este mismo día del año, y sí, también en mi hija, y rezo regularmente para que conozcan el don del abrazo de Dios en lo más profundo. Atesoro cada momento del pasado y del presente en que mi mejilla tocó la suya y lo hace de nuevo incluso a través de los electrones de un mensaje de texto.
A veces soy el niño en la imagen. Doy gracias por mi formación en la fe cristiana por parte de mi propio padre y estos días encuentro que, al rezar por el descanso del alma de mis dos padres, doy gracias por todo lo que me regalaron. Nunca olvidaré un momento en el que de niño, y creo que tenía doce años, estaba viendo un programa de televisión sobre la aniquilación nuclear. Según recuerdo, en el programa se afirmaba que lo único que podría sobrevivir serían las colonias de hormigas con sus complejas estructuras sociales, o quizá sólo las cucarachas, que eran especialmente impermeables a la radiación. Salí para encontrar a mi padre plantando un árbol y le conté mi miedo y mi preocupación. Me miró un momento y dijo: “Entiendo que eso te moleste, pero lo que quiero que recuerdes es que Dios vino a nosotros como un ser humano, no como un insecto”. Encontré fuerza allí. Me alejé consolado y ahora sé que mi mejilla y la suya estaban juntos.
El relato de Lucas sobre el niño Jesús en el templo y la frenética búsqueda de sus padres es cuando dice sus primeras palabras grabadas: “¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?”. La creciente madurez de Jesús se muestra aquí al reclamar su propia identidad. Incluso reconoce que su relación con Dios supera todas las relaciones, incluida la de la familia. Esta es una enseñanza difícil. Me atrevo a rezar: “Dios, que mis hijos, a los que buscaría hasta el fin del mundo, te amen más que a mí”. Pero también oro: «Dios, que ellos en mi amor encuentren tu amor».